La calle Alfonso VIII de Cuenca, anteriormente llamada de Correduría, por ser el lugar de paseo y negocios de la alta sociedad conquense, desde la iglesia de San Felipe hasta a anteplaza de la Catedral, nos ofrece un espectáculo para nuestros ojos, las casas de colores.
Se trata de unos edificios, situados a ambos lados de la calle, que se caracterizan por su estrechez y sobre todo, por sus colores.
Amarillos, rojos, naranjas o azules, pero también grises y negros, nos ofrecen un impresionante juego cromático que contrasta con el marco blanco que tienen todas sus puertas y ventanas, llamados blincada.
El nombre viene del verbo “blincar”, debido a que el motivo de estos marcos blancos era ni más ni menos que una medida de seguridad. En aquella época, las calles no tenían una buena iluminación, por ello, si se pintaba un cerco blanco alrededor de puertas y ventanas, se podría ver en la oscuridad si alguien entraba o salía durante la noche, “blincando” por las fachadas.
No se sabe exactamente cuándo se empezaron a pintar las casas con estos llamativos colores. Parece ser que la moda surgió a lo largo del siglo XIX. Anteriormente, hay referencias de que todas las casas de Cuenca eran blancas. Por ejemplo, en las vistas que Anton van den Wyngaerde, dibujante paisajista flamenco del siglo XVI que recorrió España dibujando pueblos y ciudades por encargo de Felipe II, las casas de la ciudad no reflejan esos colores.
También más adelante hay pinturas y dibujos que demuestran que las fachadas siguen siendo blancas.
Esta magnífica hoja bloque plegable, muestra un cielo azul celeste como soporte sobre el que aparece sujeta por ambos extremos, en uno de ellos se muestra la fachada principal de la catedral de Santa María y San Julián, aparecen estas casas de colores que esconden en sus dobleces interiores las casas en color sepia.
El sello, está compuesto por un detalle de esta imagen, que representa perfectamente el juego de colores que nos ofrece el casco antiguo de Cuenca, declarado en 1996 Patrimonio de la Humanidad.