Por Raimundo Almeda
Miembro de la Sociedad Filatélica de Madrid
Conmemorando la apertura del mercadillo del coleccionismo de la plaza Mayor de Madrid el domingo 31 de enero de 2021, el autor repasa el pasado histórico de este emblemático entorno, buscando su vocación de mercado que tuvo en sus inicios. Con los Austrias se convirtió en lugar de festejos reales, retomando su utilización como mercado con la llegada de los Borbones. Pero, ya no fue posible que perdiera su protagonismo como lugar de grandes eventos, compatibilizando a partir de entonces estas dos características hasta nuestros días.
“Esta es una de las plazas más bellas de España y de Europa, conserva todo su carácter tradicional, y por la igualdad de su traza y la armonía de sus edificios puede decirse que compone toda ella un solo monumento”[1].
Museo de Historia de Madrid
Pedro de Repide, uno de los cronistas más importantes de la capital nos relata que ya en 1494, en el reinado de los Reyes Católicos, empezó a regularizarse la disposición de las tiendas en la plaza del Arrabal y que en 1591 se hablaba de las tiendas y los soportales de la plaza Mayor, que ya se llamaba así, como algo muy antiguo.
La Plaza Mayor de Madrid tuvo su origen reinando Juan II, formándose con pobres edificios, en un espacio amplio e irregular al que llamaron plaza del Arrabal, por encontrarse fuera del recinto amurallado. Felipe III demolió estos edificios, encargando al arquitecto Juan Gómez de la Mora la construcción de la plaza en 1617. Tremendos incendios en 1631, 1672 y 1790 destruyeron grandes partes de su estructura.
Se encargó a Juan de Villanueva la reconstrucción y éste afamado arquitecto planificó la sustitución de todo el maderamen de la plaza por sólidos bastimentos de obra. En 1840 se terminó su reconstrucción, dando lugar a la plaza que hoy conocemos. [2]
Memoria de Madrid
Es curioso mencionar que el lugar en el que está hoy el aparcamiento subterráneo, siempre existió ese hueco, pues estuvo ocupado por los aljibes de agua para ser utilizada en caso de incendio. Pero, paradojas de la previsión, siempre que se fue a echar mano de esa agua, los depósitos se encontraban vacíos.
La Plaza Mayor, coincidiendo con períodos aperturistas o absolutistas, ha cambiado muchas veces de nombre, como veremos más adelante, siendo los nombres más veces utilizados el de plaza de la Constitución y el de plaza Real. [3] Sin embargo, popularmente siempre ha sido conocida como la plaza Mayor.
Desde el inicio la plaza tuvo puestos y tiendas donde se comerciaba con todo tipo de mercaderías. Tiendecillas y tenderetes se instalaban bajo los soportales y por el centro de la plaza. Era también punto de encuentro para las grandes festividades y acontecimientos públicos, como fueron las corridas de toros.
Imagen 4. Dibujo con la organización del Auto de Fe de 1680 por José del Olmo
“Muchos son los sucesos que en esta plaza han tenido lugar, así por fiestas magníficas por ella celebradas, como por terribles incendios, por autos de fe, y finalmente por haber sido en la misma ajusticiadas personas notables, pues hasta el año de 1790 no se llevó a la plazuela de la Cebada el cadalso que se colocaba frente a la Panadería; cuando era en garrote delante del portal de Paños; si en horca y para los degollados en la parte de las carnicerías”[4].
Mesonero Romanos, después de una exacta descripción en cuanto a sus dimensiones y construcción, como testigo excepcional, escribe: “… y en las funciones reales que se celebraban en ella con todo lujo y magnificencia de la antigua corte de España, y de que vimos la última y magnífica muestra en junio de 1833 con motivo de la jura de la princesa Isabel, se acomodaban cincuenta mil personas”.
A continuación, pasa a describir todos los cambios que ha tenido la plaza tras cada uno de los incendios sufridos, con algunas de las obras todavía en ejecución, el cronista, siempre tan incisivo en cuanto a arquitectura se refiere, hace las siguientes observaciones: “… con lo cual, quedará la plaza muy elegante aunque con los defectos de la irregularidad y poca simetría que presta a los arcos y entradas la dirección torcida de las calles, y además la distinta altura de los pisos, por lo que no puede pasearse bajo los soportales sin bajar y subir escalones”[5].
En la imagen 5, ilustración del Antiguo Madrid, donde se representan de una forma ordenada los puestos de venta.
Imagen 5. Ilustración del Antiguo Madrid de Mesonero Romanos
Mesonero Romanos explica que, con la llegada de Felipe V, disminuyeron las corridas y actos fastuosos de la plaza Mayor, posiblemente por antagonismo con la casa de Austria:
“La Plaza Mayor, ya destituida de la importancia de aquellos actos de ostentación, se convirtió en mercado público y cubriéndose de cajones y tinglados para la venta de toda clase de comestibles, sólo en algunas ocasiones solemnes de entradas de reyes, coronación o desposorios, solía despejarse y volver a servir de teatro a las fiestas reales[6]”.
Imagen 6. Fiesta en la Plaza Mayor en 1630. Óleo de Juan de la Corte. Museo de Historia de Madrid
Ricardo Sepúlveda y Planter, otro cronista excepcional de la villa que nació en 1846 y murió en 1909, enumera las corridas de toros desde 1599, haciendo constar que, en 1631, las fiestas ordinarias de toros anualmente eran cuatro, y se celebraban durante las fiestas de San Isidro, San Juan y Santa Ana.
El cronista de la villa enumera todos los actos importantes desde entradas a Madrid de reyes y personajes y las fechas de las ejecuciones más relevantes que se produjeron hasta 1874.[7]. Veamos tan sólo algunas de las fechas más señaladas.
El primero de los actos que describe es la entrada en Madrid de la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III, el 24 de octubre de 1599, volcándose la ciudad en festejos y celebraciones que por su grandeza y fastuosidad han pasado a la historia. “… se cubrieron los cuatro frentes de la plaza con veinticinco aparadores, en los cuales, el gremio de plateros colocó todas las piezas de plata y oro que constituían su riqueza, por valor de unos dos millones de ducados. Fue un rasgo garboso de la cortesía castellana.”
El 15 de mayo de 1620 se celebró por todo lo alto en la plaza la beatificación de San Isidro. El 2 de mayo de 1621 tuvo lugar la ceremonia por el funeral de Felipe III. Y ese mismo año, el 21 de octubre, fue degollado D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, que fuera secretario del duque de Lerma. “Madrid vio, con asombro, rodar a los pies del verdugo la cabeza del mismo magnate, a quién pocos meses antes había visto pasear la plaza con mucha gallardía …”. El ingenio popular enseguida sacó unas coplas sobre el duque, que se había adelantado a la investigación sobre el entramado de corrupción que él mismo había organizado haciendo que el Papa le nombrara cardenal en 1618:
“Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado”.
Imagen 7. Proclamación de Carlos III. Óleo de Lorenzo de Quirós, 1763
Museo de Bellas Artes de San Fernando
El 19 de junio de 1622, se celebró la canonización de San Isidro, y de paso, de otros muchos santos, cubriéndose la plaza con altares y procesiones y celebrándose una comedia de Lope de Vega con los más afamados actores del momento.
En distintas fechas de 1623, se celebraron muchos festejos en honor del Príncipe de Gales, entre ellos una corrida de toros y una fiesta real de cañas, con la participación de diestros nobles en este arte del rejoneo.
El 21 de enero de 1624 tuvo lugar un auto de fe por fingirse sacerdote un tal Benito Ferrer, que fue condenado a ser quemado vivo “al brasero”, sentencia que se ejecutó a las afueras de la ciudad.
El 5 de noviembre de 1648, fueron degollados D. Carlos Padilla y el marqués de la Vega por conspirar contra la vida del Rey.
El 30 de junio de 1680 tuvo lugar un auto de fe en el que se juzgaron a ochenta reos, de los cuales 21 fueron condenados a ser quemados vivos, sentencia que se ejecutó al otro lado de la puerta de Fuencarral.
Imagen 8. Auto de fe de 1680. Óleo de Francisco Rizzi. Museo del Prado
En 1700 fue proclamado Felipe V, primer Borbón que, con nuevas ideas, convirtió la plaza en mercado público, que se desmanteló en contadas ocasiones para festejos reales, como fueron la proclamación de Fernando VI, la entrada de Carlos III y la jura de Carlos IV.
Imagen 9. Memoria de Madrid
En 1812 se recibió a las tropas anglo-hispano-portuguesas al mando de Lord Wellington, proclamándose la Constitución de Cádiz y sobre el balcón de la casa de la Panadería se descubrió una placa con la inscripción “Plaza de la Constitución”, que no duró mucho pues el 11 de mayo de 1814, Fernando VII derogó la Constitución, y se colocó otra placa con el nuevo nombre “Plaza Real”.
En 1820, tras el pronunciamiento del coronel Rafael Riego, se obligó al Rey a acatar la Constitución, empezando así el llamado trienio liberal, durante el cual, se vuelve a nombrar como “Plaza de la Constitución”. El 7 de abril de 1823 la llegada del duque de Angulema al frente de los Cien Mil Hijos de San Luis y con el beneplácito de la Gran Bretaña bajo algunas condiciones que le eran favorables, restablecieron la monarquía absoluta, período conocido como la Década Ominosa.
En 1833, hubo toros y fiestas en la plaza con motivo de la jura de la Princesa de Asturias (20 de junio) y proclamación de Isabel II (29 de septiembre).
En 1835 se cambió de nuevo el nombre volviendo a ser “Plaza de la Constitución”.
En 1846, hubo de nuevo fiestas de toros para celebrar las bodas de la Reina y de su hermana.
El 7 de mayo de 1848, la plaza se convirtió en campo de batalla entre la guarnición de Madrid y el regimiento de España, que se sublevó en apoyo de la Revolución liberal, sofocada con decisión y dureza por el general Narváez.
Imagen 10. Feria navideña en la Plaza Mayor. 1863. Estampa de Fotografía de Jesús Evaristo CASARIEGO de un grabado reproducido en una publicación periódica del siglo XIX. Memoria de Madrid
El mercadillo filatélico de la Plaza Mayor de Madrid tiene casi un siglo de historia. En los años 20 del pasado siglo, los coleccionistas de sellos empezaron a acudir a este céntrico lugar para intercambiar sus estampillas repetidas. Pronto se convirtió en un mercadillo, donde proliferaban los puestos de venta de sellos y monedas. Más adelante se unieron puestos de otros coleccionismos, documentos fiscales, tarjetas postales, pines de todo tipo, soldaditos de plomo y otros muchos. A partir de los años cuarenta tuvo un crecimiento exponencial y anárquico y el ayuntamiento de Madrid tomó la iniciativa de regularlo en 1959. El 28 de octubre el Sindicato de Papel, Prensa y Artes Gráficas negoció con el Consistorio que para poder tener un puesto en la Plaza Mayor sería necesario un permiso municipal. Desde que lo conocemos algunos habituales que peinamos ya muchas canas, además del mercadillo que se ubicaba bajo los soportales en todo el perímetro de la plaza, también existían un buen número de tiendas filatélicas, la mayoría en las calles aledañas y cercanas, así como oficinas y despachos en pisos, relacionados con el negocio de compra y venta y subastas.
Imagen 11. La Plaza Mayor en la maqueta del ingeniero militar León Gil de Palacio de 1830. Museo de Historia de Madrid
También siempre ha habido un número notable de coleccionistas que se juntaban en la esquina noreste. En los años 60 a 80 el número de aficionados era tan elevado que desde dicha esquina se extendía hasta la estatua de Felipe III. Entre ellos abundaban los revendedores que acudían con maletas, pequeños carritos o algunos incluso se atrevían a entrar con sus coches, descargando allí bolsas, todo tipo de bultos y sillas y dejando al cuidado de todo ello a un socio, se iban a aparcar por los alrededores. Tal era el caso de Alfredo, conocido por los habituales como el marqués. Entraba con una enorme ranchera y allí descargaba sillas plegables, maletas y montones de bolsas con clasificadores con sellos de todo el mundo. Tenía un ayudante. Era nieto de un conocido general que batalló en el bando nacional. De cuando en cuando algún policía municipal novato se le acercaba para decirle que no podía ocupar la vía pública de esa manera y él se ponía hecho un basilisco, diciendo quienes eran sus ancestros y nombrando personajes importantes pasados y otros políticos del momento y le dejaban en paz. A mediados de los noventa murió aquejado de una grave enfermedad. A Juan Carlos, que de un día para otro desapareció de la plaza, gran conocedor de la materia y excelente revendedor, pero ludópata, que continuamente trataba de darte un sablazo diciéndote que tenía tales o cuales codiciadas piezas, pero lo que hacía en cuanto conseguía el dinero, era gastárselo en las tragaperras, visto y no visto. Había muchos que conocían lo que coleccionábamos los habituales y te venían con piezas tentadoras. “Mira que carta, de Leith a Lima, 1862, tránsito por Panamá, doble porte con sello de dos chelines, treinta mil pesetas” (unos 180 €). Quince le contestaba el interpelado. A veces funcionaba a la primera y otras seguían negociando. Allí nos juntábamos todo tipo de profesiones y clases sociales. Desde el pudiente o ricachón al obrero, pasando por médicos, ingenieros, economistas, informáticos, oficinistas, albañiles, taxistas … y buscavidas. Desde el izquierdista al conservador, pero todos teníamos algo que nos unía haciéndonos iguales al menos esa mañana dominguera, que era el amor por el coleccionismo. Nos juntábamos en corrillos, hablando de historia en unos, de actualidad política en otros, pasando un rato agradable, socializando esa mañana y hasta el domingo que viene. Si el tiempo no acompañaba nos encerrábamos en los cafés del entorno que muchas veces terminaban abarrotados.
Todo esto lo hemos visto hasta bien entrados los años noventa, hasta que el Consistorio empezó a endurecer las medidas y a prohibir la actividad de estos piratillas de la estampilla. Sin embargo no consiguieron erradicar por completo esta actividad, pues los recalcitrantes amantes de la Plaza Mayor, seguimos acudiendo a ella siempre buscando el contacto social con viejos conocidos para comprar o para intercambiar nuestras cartas y sellos ya no deseados por otros que nos interesen más para nuestros estudios o coleccionismo con los que estamos inmersos en un momento dado, y por supuesto a la caza del sello, matasello o marca postal o carta que no hayamos visto nunca o que sea muy rara y nos interese encontrar.
Imagen 12. 31 de enero de 2021 Perspectiva general
Fotografía de Mario Sánchez Cachero
Incluso en estos desgraciados tiempos de pandemia, seguimos viéndonos en pequeños grupos en los bares y cafeterías, que abundan bajo los soportales y muchas veces hacemos nuestras pequeñas transacciones al aire libre. Es un hecho que la actividad filatélica ha descendido muchísimo en líneas generales en la Plaza Mayor. Sin embargo, no han sido las prohibiciones, ni la pandemia, aunque ésta haya sido el mazazo más importante con la desaparición de un día para otro de los cientos de puestos que funcionaban bajo los soportales todos los domingos y festivos. En nuestra opinión, el Comercio electrónico ha sido el mayor causante a lo largo de los últimos diez años de la disminución de la afluencia del público al mercadillo.
Si bien hay mucho menos coleccionismo, éste se ha especializado mucho más, habiendo, por ejemplo, aumentado notablemente el coleccionismo de Historia Postal, abarcando todas las épocas, desde la Prefilatelia hasta los tiempos más modernos. Las piezas de coleccionismo en general se pueden encontrar en tiendas y subastas que funcionan día y noche desde casa a un click del ratón de nuestro ordenador, tablet o teléfono móvil.
Anécdotas como la que vamos a contar, se producían hasta hace muy poco tiempo todos los domingos. Esto nos ocurrió tan sólo hace dos años a tres amigos que paseábamos por la plaza, y nos fijamos en una maleta abierta con cientos de cartas, que a primera vista podríamos calificar como “escombro postal”. El vendedor, por llamarle de alguna manera, que no queremos ofender al gremio, moreno de verde luna, tenía el maletón abierto en el suelo y cantaba “¡A treinta céntimos unidad!¡Cinco por un euro!” Estuvimos allí un ratito, lo que nuestros riñones nos permitieron, y pillamos una docena de cartas de los años cuarenta del pasado siglo, que tenían fechadores inéditos de tránsito urgente ferroviario de la estación del Mediodía, que nos repartimos solidariamente y nos fuimos a casa, como niños muy contentos con nuestro botín.
Al domingo siguiente, volvimos y haciendo un gran esfuerzo físico nos agachamos otro ratito y aún encontramos dos o tres cartas más. En sucesivos domingos le estuvimos buscando, pero ya no le volvimos a ver. La marca, era inédita hasta ese momento, pues no estaba referenciada en ninguna obra publicada. Hoy en día conocemos tan sólo doce ejemplares, todos ellos adquiridos al mismo revendedor. No dudo que aparecerán más en el dorso de algunas cartas urgentes, a su paso por Madrid.
Fotografía del autor.
El mercadillo filatélico de la Plaza Mayor, ha pasado por su peor momento, pero un grupo importante de coleccionistas hemos seguido acudiendo los domingos a este lugar histórico, con la esperanza de que volviera a resurgir, si no con la vitalidad que tuvo en tiempos pasados, al menos con un espíritu de supervivencia duradero. Y esa esperanza está basada en que entre los que seguimos asistiendo a la Plaza Mayor, hay gentes de todas las edades, jóvenes también, de diferentes condiciones sociales e ideas políticas, cuyo único interés en común es el amor al coleccionismo y a la Historia.
El mercadillo cerró a mediados del mes de marzo de 2020 por los motivos que todos conocemos. El 31 de enero de 2021, después de meses de negociaciones entre el ayuntamiento y la asociación de comerciantes, volvió a abrir. Mucho más pequeño de lo que era, pues los soportales ya no se podían utilizar, por no poder allí mantener la distancia entre clientes, paseantes y vendedores, por lo que se optó por llevar los puestos al centro de la plaza, estando estos muy distanciados entre sí y encerrados en un corralito. Lo importante era que se había recuperado la actividad.
Una vez controlada la pandemia gracias a la vacunación masiva, el día 17 de octubre de 2021, los puestos volvieron al lugar donde tradicionalmente han estado durante décadas, que es bajo los soportales.
Rápidamente, desde primeras horas de la mañana, los paseantes y curiosos se aproximaron bajo las arcadas, que no dejaron de recibir visitantes hasta la hora del cierre, a las dos de la tarde. Ese día los amantes de las costumbres y tradiciones madrileñas estuvimos de enhorabuena y dimos la bienvenida a esta nueva etapa del mercadillo, deseando que dure muchos años.
REFERENCIAS:
[1] REPIDE, Pedro de. Las calles de Madrid. Páginas 166 a 177. Grefol S.A. Móstoles 1981. Recopilación de cientos de artículos (1921-1925) de una serie titulada “Guía de Madrid” en el diario “La Libertad”.
[2] GEA ORTIGAS, Isabel. Guía del plano de Texeira (1656). Ediciones La Librería. Páginas 74, 275,276,295. Madrid, 2006.
[3] GEA ORTIGAS, Isabel. Curiosidades y anécdotas de Madrid. Página 25. Ediciones La Librería. Madrid 2003.
[4] MADOZ, Pascual. Madrid, Audiencia, Provincia, Intendencia, Vicaría, Partido y Villa. Madrid 1848. Página 171-172.
[5] MESONERO ROMANOS, Ramón. Manual histórico-topográfico administrativo y artístico de Madrid. Página 231. Imprenta de D. Antonio Reyes, Madrid 1844.
[6] MESONERO ROMANOS, Ramón. El antiguo Madrid. Paseos histórico anecdóticos por las calles y plazas de esta villa. 1861. Edición Facsímil. Gráficas Lormo. Madrid 1987.
[7] SEPÚLVEDA, Ricardo. Madrid Viejo. Crónicas, avisos, costumbres, leyendas y descripciones de los siglos pasados. Páginas 237 a 265. Madrid 1888. Edición facsímil por Ed. Maxtor, Valladolid 2008.