La vida de Lucía Sánchez Saornil comenzó en Madrid, en 1895, finalizó en Valencia en 1970 y ha continuado a través de su obra poética y la propia leyenda de su figura: una poeta de una extracción muy humilde, que vivió junto a su compañera América Barroso García Mery en uno de los tiempos más convulsos para ser mujer, anarquista, poeta y lesbiana. Una rebelde contra toda causa, y una luchadora contra posibles e imposibles.
Debió tener algún tipo de formación artística en su adolescencia, pero llamó la atención por su capacidad literaria: en 1914 publicó su poema “Nieve”, de un modernismo ya un poco antiguo, y a partir de ahí en Los Quijotes, la revista en la que escribían los poetas más relevantes de la época, evoluciona hacia el ultraísmo en el que se la enclava: lo hacía bajo un pseudónimo masculino, Luciano de San-Saoe, y con una encendida sensualidad hacia el objeto de sus poemas, que era siempre una mujer.
Con el tiempo, el vínculo que mantuvo con lo político le hizo renegar de las vanguardias y de una literatura desligada de lo real.
Lucía Sánchez Saornil, hacia 1938
Comenzó a Trabajar como telefonista en Telefónica, en 1924, y casi inmediatamente destacó (y fue penalizada) por su participación en huelgas y reivindicaciones obreras.
Ya comprometida con el anarcosindicalismo, combinó su trabajo como redactora, con pseudónimos como El Observador o Vigía, con el activismo sobre el terreno. Cada vez más consciente de que el feminismo debía ocupar un espacio propio en un mundo en el que carecía de voz, creó la agrupación Mujeres Libres, que justo antes de la guerra vertebraba casi 150 asociaciones con más de 20.000 afiliadas.
Durante la Guerra Civil mantuvo esa dualidad entre la lucha, en este caso como parte de quienes asaltaron el Cuartel de la Montaña, y el reporterismo de guerra. Se exilió a Francia pocos meses antes del fin de la guerra, donde intentó paliar el desastre que eran los campos de concentración a los que enviaban a los refugiados españoles. Perseguida, junto con Mery, como anarquista durante la II Guerra Mundial, regresó a España en 1945, donde pasó casi inadvertida durante años, con un perfil mucho más discreto. Nunca dejó de escribir, aunque el hecho de que casi no publicara haya oscurecido su obra como poeta. Sus sonetos sobre la muerte y la vida, su evocación de lo divino y del pasado merecen que recupere un lugar que las circunstancias y la guerra le arrebataron, y unos lectores que quedarán maravillados cuando la descubran.