No resulta inusual que las huellas de muchas mujeres admirables se borren por voluntad de la familia: ese es el caso de Dolors Aleu i Riera, la primera doctora en ejercicio de España. Su marido quemó cualquier huella de su trabajo tras su muerte, en 1913.
Y qué trabajo tan exhaustivo fue el suyo. Había nacido en Barcelona en 1857 en una familia burguesa, y gracias al apoyo de su padre se matriculó en Medicina. Las jóvenes afrontaban entonces una oposición explícita por parte de sus compañeros y profesores, que a menudo les obligaba a ir a las clases con escolta.
Pese a sus excelentes calificaciones, (cinco premios extraordinarios e innumerables sobresalientes) el Ministerio de Educación le negó que se presentara a los exámenes de médico cirujano. Corría el año 1879, y varias estudiantes padecían la misma situación: las mujeres se encontraban con innumerables barreras burocráticas. Dolors resistió, reclamó y fue la única que logró pasar los exámenes. Se doctoró con una apasionada tesis sobre la situación sanitaria y de la educación de las mujeres, en la que analizaba con todo detalle la opresión de las ricas y la miseria de las campesinas, y estableció su propia consulta en Barcelona.
Allí atendió a mujeres de toda clase social: desde prostitutas a damas de la alta sociedad que no se atrevían a que las viera un médico varón, niños de la Inclusa y pobres de solemnidad.
Ya casada y madre, continuó atendiendo la consulta durante más de veinte años, aunque la muerte de su hijo mayor, Camil, médico como ella, tras contagiarse de tuberculosis, la sumió en una depresión profunda que le hizo abandonar la profesión.
Dolors Aleu y Riera murió dos años después, y su entierro fue un auténtico despliegue de pena pública. Lo que de ella se sabe se ha rastreado a través de los documentos oficiales de la universidad de Barcelona, y un puñado de cartas supervivientes.
Espido Freire