Joaquín Amado
Académico de número de la Real Academia Hispánica de Filatelia e Historia Postal
Miembro de la Sociedad Folatelica de Madrid (SOFIMA)
En uno de mis recorridos dominicales por el Rastro madrileño, hace ya muchos años, encontré en un fardo de papeles viejos de una chamarilería un sobre que llamó mi atención al instante.
Estaba franqueado con el sello de una peseta de la emisión de Navidad de 1960, inutilizado con un matasellos de rodillo de Madrid central. Hasta aquí, nada de particular. Sin embargo, lo más notable era que la dirección estaba escrita en forma de jeroglífico, algo ya insólito en aquella época.
Los jeroglíficos, como todos sabemos, son un tipo de escritura en el que las palabras se sustituyen por símbolos o figuras. No son recientes, pues los inventaron los antiguos egipcios. Pero los que conocieron nuestros abuelos y bisabuelos eran unos honestos desafíos a la inteligencia que no podían faltar en ninguna revista familiar de entretenimiento, y que ponían a prueba el ingenio, la capacidad de interpretación y la cultura de quienes los creaban y de quienes trataban de resolverlos. Con el tiempo fueron decayendo, sustituidos por otro tipo de pasatiempos, pruebas de ingenio, intuición y perspicacia más modernos.
Las direcciones postales escritas en jeroglífico, que tanto apasionaban al doctor Thebussem, fueron una excentricidad de un tiempo pasado: un reto para poner a prueba la sagacidad de los funcionarios de Correos. No me consta que ninguno de estos sobres fuera devuelto a su remitente ni su autor amonestado. En la mayoría de los casos, los funcionarios postales lograban descifrarlos y las misivas llegaban a sus destinatarios sin más problemas. Incluso se decía que en las carterías había siempre algún especialista a quien confiaban la resolución de estas direcciones enrevesadas. En el Museo Postal y Telegráfico –al que pronto irá destinado el ejemplar que comentamos– existe una buena partida de estos sobres jeroglíficos, que en su día se confiaron al Correo para excitar la curiosidad de los carteros y poner a prueba su agudeza e ingenio.
En la carta que incluía el sobre que reproduzco, el autor elogia la diligencia y habilidad del Cuerpo de Correos a la hora de descifrar estos jeroglíficos. “En una ocasión –escribe su autor—remití una a un pariente de San Sebastián, en cuyo sobre no puse este nombre, sino la figura del Santo atado a un árbol y cubierto de flechas, como nos lo representa la Iglesia. Otra vez, queriendo escribir a un amigo que residía en Murcia y cuyas señas ignoraba, dibujé un retrato suyo a pluma en el sobre, escribiendo debajo su profesión (Químico) y fue recibida. Otra vez, desconociendo el número de la casa y solamente la calle, hice en el sobre el plano de ésta y sus adyacentes, indicando aproximadamente la casa, y también se recibió.”
(Por si mis amables lectores aún no han descifrado la dirección del sobre que acompaña a estas líneas, se la reproduzco a continuación en román paladino: “Señor Don Thor-cua-to Luca de Tena/d-ir-Héctor de Blanco y Negro/Serrano ses-en-ta y uno/ In-té-rio-r.” Hay que advertir que cua es cola en catalán.)
Estupendo entretenimiento para tiempos oscuros como este.
No encuentro a los carteros actuales con el ingenio suficiente y mucho menos con el tiempo para descifrar cartas como esa en el reparto diario.
En otros tiempos hallar la dirección adecuada era el reto de toda la carteria
Muy bonito, Joaquín.