Juan Teodoro Vidal, director del Museo Casa de la Moneda (RCMFNMT) y notable experto en papel, pasó revista en su Conferencia de Sofima a la evolución del papel, comparando los métodos del siglo XVIII con los actuales y analizando las causas de la durabilidad.
El papel, soporte de las estampas, es un producto complejo formado por una multitud de materiales de variada naturaleza: fibras y cargas minerales, impregnadas de encolantes que modifican su cohesión y su afinidad por los fluidos. Cada componente y el proceso de fabricación influyen de distinta forma en la vida del papel, y en consecuencia en la de las estampas.
En la fabricación del papel tradicional, las fibras que se empleaban eran textiles, por lo tanto procedentes de fuentes que garantizaban su selección y madurez y en consecuencia de celulosa de alto índice de polimerización. El tratamiento evitaba el uso de productos químicos agresivos con la celulosa y la fabricación era con métodos artesanales en los que la fibra se mantenía intacta, secándose el papel al aire y encolándolo con almidón o gelatina.
Además no había diferencias de resistencia y propiedades provocadas por la orientación en sentido de máquina y muy pocas entre cara tela y cara fieltro. Los métodos modernos de fabricación emplean fibras de diversos orígenes, generalmente lejiadas con productos químicos enérgicos, refinadas en condiciones extremas y el papel se seca a alta temperatura.
La composición y el recubrimiento superficial o estucado se ajustan a las características de uso del producto, que no siempre está pensado para un largo periodo de vida. Todo ello produce calidades que son más fácilmente degradables. Puede predecirse la durabilidad de los papeles con pruebas en molino de bolas y en cámara climática, midiendo las propiedades físicas tras el tratamiento. Los papeles más duraderos son aquellos que tienen buena resistencia en seco y en húmedo y están ligeramente alisados. Las fibras maduras, no degradadas por el lejiado, dan los mejores resultados.